UN VIAJE DIRECTO AL CORAZÓN, ESPAÑA POR LOS CUATRO COSTADOS.

 Un viaje directo al corazón…….-


Después de nuestro último viaje a tierras marroquíes del pasado mes de abril, este año lleno de dificultades personales, principalmente por mi intervención de corazón, cuya recuperación se había complicado, prolongó la ansiada espera de volver a ponerme a los mandos de mi Triumph. Fue ya en la segunda semana de noviembre cuando afloraba otra nueva ilusión en forma de viaje motero, la que nos reuniría nuevamente en torno a nuestra pasión por las dos ruedas.


Esta vez sería un destino nacional y aunque menos exótico que el país vecino del continente africano, nos llevaría a recorrer lugares increíbles y muy diferentes entre sí, demostrándose una vez más el gran país que tenemos, especialmente para los amantes de las motocicletas y del mototurismo.


La nueva y ansiada aventura estaba precedida por mis temores sobre si físicamente aguantaría la exigencia de conducir una moto tan pesada durante varios miles de kilómetros y una semana de viaje. Aunque estaba bastante recuperado, las cicatrices de la intervención me hacían sentir convaleciente aún. Sólo había una manera de saberlo, y esa forma era ponerme a prueba, volver a agarrar con decisión el manillar de mi máquina y contemplar desde la posición privilegiada que te brinda el manubrio los bonitos paisajes de la Serranía de Cuenca, la belleza de la localidad de Albarracín o la inmensidad y quietud de la The Silent Route. A estos bellos parajes le añadiríamos los ya conocidos Pirineos, frontera natural con nuestros vecinos del norte y puerta de Europa de la península, poniendo la pizca de exotismo un desierto en plena comunidad Navarra, las Bardenas Reales.


Debido a que se trataba de un viaje en la conocida como zona de “confort”, unido a nuestra experiencia en este tipo de aventuras cortas en moto, la planificación más allá de los tracks con las rutas a realizar, no requería de grandes dotes logísticas, dejando incluso los alojamientos a escoger para el mismo día de llegada a destino, descargando la presión de tener que llegar a un lugar concreto donde pernoctar, para mayor disfrute de las jornadas sobre el asfalto y los paisajes que contemplar.


Decididos los lugares por descubrir y las carreteras que recorrer, tocaba poner fecha, conocer quienes serían los integrantes de la expedición y conseguir los permisos maritales para aquellos que tienen dichos compromisos adquiridos y que cada vez parecen tornarse más difíciles. Finalmente para este nuevo proyecto motero que nos llevaría de sur a norte y de este a oeste de nuestra piel de toro, seríamos cinco componentes, tres procedentes de la provincia de Huelva (Edu, Cris e Igor), uno de Salamanca (Pascu) que regresaba tras una lesión de rodilla que le obligó a estar en dique seco las dos salidas anteriores de los años 2022 y 2023 y nuestro incombustible chico del norte procedente de Asturias (Héctor).


La primera jornada sería de trámite, con el objetivo de reagruparnos en Trujillo, yo, como disponía de tiempo suficiente, salí desde Aracena en solitario a media mañana, con la intención de visitar el castillo de la localidad cacereña de Montánchez, que pondría el toque cultural a la templada mañana otoñal. Posteriormente me reuniría con los hermanos procedentes del centro y norte de España, que se aproximaban a la ciudad de Cáceres donde los tres habíamos quedado con un amigo común. Tras la distendida comida, nos despedimos de nuestro amigo cacereño, aprovechando las últimas luces del día para llegar al lugar del destino en la pequeña pedanía de Belén. Poco después y una vez cumplidas sus obligaciones laborales, llegaron los dos componentes restantes procedentes de Aracena. 



Ya en la base Trujillana que tan buena cobertura nos ofrece siempre que nos dirigimos los espíritus sureños a latitudes más al norte, cortesía de la familia de uno de los integrantes, el grupo irradiaba felicidad, no ya sólo por comenzar un nuevo viaje en moto disfrutando de nuestra afición común, sino por las dificultades que se habían presentado durante este duro año por las diferentes razones ya expuestas, abrazos, risas, recuerdos de experiencias anteriores en forma de anécdotas y mucha cerveza nos acompañaron hasta la madrugada. 



El día amanecía nebuloso, aunque con temperaturas agradables, tras el desayuno tocaba avanzar kilómetros por las siempre tediosas autovías castellano manchegas. Primero la A-5 en sentido Madrid hasta la localidad toledana de Maqueda, desde allí la A-40 seccionando la provincia de Toledo de oeste a este para llegar a la bonita provincia Conquense. Abandonamos por fin las vías rápidas de alta capacidad para adentrarnos en la serranía de Cuenca, haciendo una primera parada en el mirador del Ventano del Diablo, un capricho de la naturaleza, que ha puesto dos grandes ventanales esculpidos en el granito sobre el barranco del río Júcar, que luce su cauce de aguas verde esmeralda. Desde las alturas del ventano uno se siente como uno de esas grandes aves rapaces que sobrevuelan el cañón a vista de pájaro. 



Tras un breve avituallamiento, la temperatura había caído considerablemente y comenzó a llover, por lo que pertrechados con los trajes de agua, emprendimos la marcha buscando una nueva comunidad autónoma a la que accederíamos por una de las provincias más despobladas de España, aunque la niebla esta vez nos privó de las vistas y de las curvas que brindaba el trazado limítrofe entre las Comunidades de Castilla la Mancha y Aragón.



La llegada al municipio de Albarracín nos regaló un atardecer despejado lleno de colores ocres, que resaltaban más aún la belleza de aquel bello pueblo amurallado, encaramado sobre la superficie rocosa y bañado por el río Guadalaviar. No fue fácil encontrar alojamiento, al ser fin de semana y tratarse de un lugar turístico de primer nivel en estas fechas, aunque finalmente nos instalamos en un antiguo colegio mayor que nos permitió disfrutar de las últimas luces del día paseando por las calles rojizas del municipio medieval Turolense, con antecedentes de las épocas lejanas del románico y mudéjar, terminando el día desde lo alto de la fortaleza que lo cobija y protege. Con una buena cena a base de productos típicos de la zona y vino de la comarca de Somontano pusimos punto y final a nuestro primer día de ruta. 



Amanecía un día radiante en Albarracín, con temperaturas agradables teniendo en cuenta las fechas y el lugar donde nos encontrábamos. Iniciamos la marcha en dirección a la capital Turolense, pero antes de llegar a las inmediaciones de la ciudad, a nuestra izquierda en una larga recta, pudimos ver curiosamente como había casi un centenar de aviones de pasajeros de varias aerolíneas en tierra, personalmente pensé que se trataba de un aeropuerto fantasma fruto de los años de bonanza, aunque aquella cantidad de aeronaves no se correspondía con los habitantes y la situación geográfica de Teruel, conocida por su eslogan de “Teruel existe”, siendo uno de los lugares más despoblados de Europa. Finalmente esta peculiaridad fue resuelta por uno de los integrantes del grupo, que nos aclaró que se trataba de un lugar de reparación y mantenimiento de aeronaves, algo así como un “garaje de aviones” en pleno páramo Turolense. 



Nuestra llegada a una gasolinera a las afueras de Teruel nos trajo otra de las anécdotas divertidas del viaje, tras repostar y tomar un café, la cremallera de la chaqueta de nuestro querido chico Astur, fruto de la presión dijo “basta”, ya eran muchos viajes soportando el empuje al que estaba siendo sometida, además de por la antigüedad de la maravillosa prenda y de algún "kilillo" de más que va teniendo su propietario con el paso de los años. En principio parecía un problema mayor, dado que era domingo, por lo que encontrar otra chaqueta de recambio iba a ser imposible y circular en noviembre por la provincia de Teruel con la cremallera abierta no era una idea muy recomendable. Pero en este grupo tan variopinto cada uno ejerce un rol importante, y ahí iba a salir nuestro buen amigo Charro, provisto de un rollo de alambres y unos alicates para coser aquella cremallera de manera artesanal y duradera. A partir de aquel momento todos tuvimos que involucrarnos en la tarea de "colar" la chaqueta por la cabeza de Héctor como si de una sudadera se tratase, provocando nuestras risas aquellas dificultosas maniobras vistiendo a uno de los “pequeñines” del grupo. 


Solventado el incidente de la cremallera, pusimos rumbo a la ruta del silencio, una ruta que discurre por la A-1702 y que debido a su trazado y fruto de un buen trabajo de marketing, ha conseguido poner en valor una zona aislada de la provincia Turolense, haciendo de aquellos parajes y carreteras un lugar mítico y de peregrinación para los moteros de todo el país. 



En el puerto de Cuarto Pelado se encontraba el cartel que nos indicaba el inicio de la The Silent Route (que en inglés estas cosas siempre suenan mejor y venden más), junto a la señal informativa se encontraba un numeroso grupo de motoristas con los que charlamos amigablemente y que al igual que nosotros comenzaban la afamada ruta aquella fría mañana de noviembre. 



Poco después de tomar la A-1702, nos desviamos a la izquierda, entrando en una estrecha y bacheada senda asfaltada que nos conduciría por unos bonitos túneles excavados en la roca viva hasta la localidad de Pitarque. Ya en el pequeño y solitario municipio pudimos degustar un buen almuerzo aragonés, a base de huevos con jamón. La nota curiosa la puso el almuerzo compuesto por huevos con “conserva”, pensando la mayoría de nosotros que el acompañamiento de los huevos sería alguna "latita" de sardinas o caballas. Nada más lejos de la realidad, la “conserva” no era otra cosa que longaniza, torrezno y lomo de orza, tomando el nombre de "conserva", por la forma en que se mantiene el embutido casero de manera artesanal dentro de la olla y que sin duda es toda una delicia, llena de contundentes calorías para sobrellevar el frío reinante en aquellos silentes lugares.



Antes de regresar a la A-1702 para retomar la Silent Route, subimos el zizageante puerto de San Cristóbal, una maravilla, tanto por su trazado y asfalto, como por las vistas que brinda del valle del río Pitarque, aderezadas por los típicos colores otoñales. 


El trazado y los paisajes graníticos de la ruta del silencio iban mejorando a cada kilómetro, cruzando por la localidad de Eljuve donde nos hicimos con la pegatina conmemorativa que nos acreditaba como felices moteros que habían recorrido la mítica ruta aragonesa, donde en cualquier rincón encuentras algún monolito curioso relacionado con la pasión por las dos ruedas donde hacerte una fotografía para inmortalizar tu paso por el curioso y bello trazado. 



El último de estos miradores con motivos moteros se trata de una cabra montesa con la inscripción que da nombre a la ruta que discurre por la A-1702, donde tomamos las últimas imágenes que nos recordarán para siempre nuestro paso por aquel lugar. A partir de entonces el viaje nos condujo durante unos cientos de kilómetros de trámite entre las provincias de Teruel y Zaragoza para llegar hasta el Pirineo Oscense.



Terminando aquella etapa de transición y ya en provincia de Huesca surgió una nueva y curiosa anécdota, circulábamos por una estrecha y recta carretera en dirección a Ainsa, cuando observé por el espejo retrovisor que mi grupo se había quedado atrás, por lo que me detuve en el arcén del estrecho camino asfaltado y activé las luces de emergencias mientras esperaba a mis compañeros. En ese momento paró a mi altura una pick up, conducida por un señor de mediana edad y con acento de la zona que amablemente me preguntó si me ocurría algo, una vez le expliqué que no me ocurría nada y que estaba esperando a mis compañeros, que veníamos desde muy lejos con la intención de llegar hasta Aínsa, el "paisano" no dudo en facilitarme los mejores lugares de la zona donde comer el mejor chuletón de vacas del terreno e incluso recomendarme rutas y pueblos medievales de la comarca prepirenaica. La animada y distendida conversación en medio de aquella aislada carretera oscense con el señor de la pick up sorprendió a mis acompañantes, que al llegar a mi altura y dada la familiaridad con la que nos encontraron pensaron que se trataba de algún conocido mío, sin duda a este "paisano" le gustaba conversar bastante más que a mi, mientras yo no salía de mi asombro por su amabilidad y facilidad de palabra, rompiendo una vez más esos tópicos de que la frialdad en el trato es característica de los habitantes del norte de nuestro país.

 


Una vez en Aínsa, nos alojamos en el apartahotel Dos Ríos, junto a la muralla que protege la zona medieval de esta bonita población Oscense y en el que nos sorprendieron gratamente cuando nos dijeron que el parking cubierto era gratuito para nuestras motocicletas. Ya provistos de ropa y calzado cómodos, fuimos a pasear hasta la parte antigua de Aínsa ubicada en el corazón del pirineo, desde la que afloran las bonitas construcciones en piedra, sobre una pequeña colina de la que se divisa el matrimonio de los ríos Ara y Cinca a los pies de la Peña Montañesa. Por sus calles parece haberse detenido el tiempo en el medievo, conduciendo el empedrado de estas y sus casas oscuras hasta su centro neurálgico situado en la plaza mayor. Desde la muralla del castillo se divisaban al fondo los picos nevados de Pirineos, aunque la falta de luz no nos permitió la plena visión de aquella bonita estampa de la cordillera montañosa. 



Esta vez la cena sería a base de comida rápida en una pizzería al otro lado de uno de los puentes que sortean los dos ríos del municipio, regadas nuevamente con el delicioso vino de la comarca de Somontano y que tan gratamente nos había sorprendido por su dulce sabor. Aínsa a pesar de ser domingo y seguramente algo tendría que ver las agradables temperaturas para mediados de noviembre, tenía buen ambiente en sus locales de ocio, que invitaba a tomar una última cerveza y conocer a alguno de los personajes que siempre abundan en cualquier localidad de nuestra piel de toro que se precie y que tan curiosas anécdotas dejan siempre en nuestros recuerdos. Esas interacciones con los lugareños se prolongaron hasta la madrugada, más para unos que para otros a los que les costaría un poco más madrugar para afrontar la siguiente etapa, que a la postre sería en la que más situaciones imprevistas surgieron. 



Amanecimos en el apartahotel Dos Ríos y después del desayuno y debido a la cercanía del país galo optamos por cruzar hasta Francia por el túnel de Bielsa. El misticismo de cruzar una frontera nos llevó a recorrer el eje del Cinca hasta la localidad que le da nombre al túnel que atraviesa la cordillera montañosa. 



Una vez pisamos suelo galo, desandamos el camino para tomar el desvío en la localidad de Escalona hacía otro de los platos fuertes del viaje, el cañón del Añisclo, profundo cañón esculpido durante millones de años por la erosión del río Bellos y que conduce a los pies de Monte Perdido. La carretera comenzaba a estrecharse a la misma vez que el asfalto comenzaba a mostrarse irregular. Un cartel informativo avisaba de que la vía que discurre por el cañón se encontraba cerrada, aun así continuamos camino con la esperanza que la incidencia se hubiese solventado y pudiéramos pasar. Finalmente llegamos a una barrera que nos impedía el paso, consumando nuestra pequeña decepción de no atravesar el famoso cañón, quedando emplazado para un futuro proyecto. 



Tocaba recalcular la ruta, tomando rumbo al valle de Vió, que discurre por la parte alta del cañón del Añisclo, llegamos hasta un pequeño mirador que nos permitió ver desde arriba parte de nuestro destino principal de ese día. Pero nuevamente la aventura nos tenía preparado otro contratiempo y la estrecha y abultada carretera se encontraba cortada en la intersección con la HU-631 que recorre el cañón cerrado al tránsito. El derrumbe de un puente nos devolvía a Aínsa, desde donde trataríamos de retomar la ruta después de haber consumido la mañana prácticamente sin avanzar hasta nuestro destino final del día. 



Ya en la N-260, vía conocida como la del eje pirenaico tomamos el desvío a la carretera del mismo nombre precedido de la letra a (N-260a), retomando la ruta original prevista en el pueblo oscense de Broto, donde paramos a visitar la impresionante y caudalosa cascada del Sorrosal, aprovechando para hacer un breve tentempié tratando de recuperar el tiempo perdido por los contratiempos de la estupenda y soleada mañana de noviembre. 



Desde la cascada, la N-260a nos regalaba un bonito y serpenteante trazado por el corazón del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, inicialmente hasta el pueblo de Biescas y después ya en la vía principal desdoblada A-23 hasta Jaca, desviándonos de la autovía una decena de kilómetros después en Puente de la Reina de Jaca. De nuevo estábamos en una de esas carreteras solitarias y estrechas que tanto nos gustan a los moteros, la A-132 se presentaba con un firme irregular, ya alejados de las grandes montañas pirenaicas pasamos por la presa de La Peña, para contemplar atónitos las formaciones geológicas de paredes verticales y conocidas como Mallos de Riglos. 



Desde este punto y debido a los cortes de carreteras que nos hicieron modificar la ruta inicial durante la mañana, teníamos que renunciar a atravesar el desierto de las Bardenas Reales, debido a la escasez de luz que brindan las cortas tardes otoñales en las latitudes más cercanas al este. Serían las primeras luces del siguiente día las que nos llevarían a conocer este curioso desierto en el norte de nuestro país. 


Nos dirigimos a Tudela, donde llegamos con los últimos resquicios de claridad de la extinta tarde, esta vez nos alojamos en un amplio apartamento en pleno casco urbano de la conocida como capital de la verdura. Debido a lo intensa que había sido la noche anterior en Aínsa, la velada en la población navarra fue breve, con una cena a base de productos de la rica huerta Tudelana y un delicioso vino de la denominación de origen Navarra. 



Amanecía de nuevo un día radiante y con temperaturas agradables para un mes de noviembre, esa jornada tocaba recuperar el final no realizado de la jornada anterior, que tuvimos que posponer por los retrasos y contratiempos surgidos en el cañón de Añisclo. Así que tras desayunar en el mismo apartamento donde nos alojábamos emprendimos la marcha hacía el desierto Navarro, Parque Natural y Reserva de la Biosfera por la Unesco. Las Bardenas Reales se dividen en tres zonas, el “plano” al norte y oeste, la “negra” al sur y la “blanca”, zona de mayor erosión y con las formaciones geológicas más espectaculares, encontrando entre las más destacadas Castildetierra y Piskerra, curiosos castillos áridos que han servido de escenario en algunas películas de cine. Nuestra ruta se centraría en esta última zona a la que accedimos desde el pueblo de Agredas, inicialmente por una pista asfaltada que pronto dio paso a una superficie de tierra en buen estado por la que llegamos a uno de los monumentos más característicos y curiosos del desierto, Castildetierra.



Admirados por el paisaje marrón carente de vegetación y después de las fotos de rigor, continuamos disfrutando de las pistas que rodean la Bardena blanca y que nos permitió contemplar desde la lejanía la zona conocida como Cabaña de Piskerra. Desde allí fuimos buscando el mirador de Juan Obispo y la base aérea de la OTAN que se ubica en dicho paraje y que nos regaló el vuelo de los famosos cazas de combate Eurofighter sobre nuestras cabezas desafiando la barrera del sonido con sus maniobras inverosímiles. 



De nuevo tocaba avanzar hasta el siguiente objetivo del día que no era otro que llegar a la zona centro, donde el grupo se dispersaba a la mañana siguiente, dando por finalizada la aventura. Pero antes de eso rodamos a los pies del Moncayo, ya en provincia de Soria bajo un fuerte viento racheado cuya sensación térmica hizo que fueran los únicos momentos del viaje en los que tuvimos sensación de frío. Tras una parada para repostar y tomar un café en la localidad Soriana de Almazán, el viento amainó coincidiendo con el paso a otra nueva provincia, esta vez la de Guadalajara que nos condujo hasta la localidad de Atienza por una carretera de suaves curvas y arboleda de tonos amarillentos y anaranjados en el parque natural del Alto Tajo.



El trazado se fue retorciendo desde Tamajón para llevarnos hasta otra zona sobrecogedora donde el tiempo parece no haber pasado, se trata de los pueblos negros de Guadalajara, construcciones de pizarra oscura son testigos del silencio que brindan sus montañas y verdes prados, donde la vida sigue siendo sencilla en la que no faltan la ganadería y la agricultura artesanal tranquila, muy alejada de las nocivas y estresantes explotaciones ganaderas intensivas. 

        


En la plaza del bonito y solitario pueblo de Campillo de Ranas aprovechamos su tranquilidad y silencio para montar nuestro picnic habitual, a pesar de ser un día laborable, algunos turistas paseaban por la bonita localidad de la Sierra de Ayllón dentro del Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara y que a buen seguro los fines de semana ese silencio se tornara en bullicio de visitantes, dada la cercanía de esta localidades con la capital de España.



Terminada la comida y animados por encontrarnos cerca del destino de la jornada, emprendimos la marcha rodando por una curiosa pista de cemento rayado y que se conoce como “la muralla china”, paraje que comienza a bajar por una gran pendiente amurallada, protegida por muretes de piedras que delimitan la pista, mientras está zizagea hasta llegar al puente que sortea el río Jaramillo. Desde aquí la curiosa pista ondulada comienza a subir vertiginosamente entre curvas en forma de horquilla hasta la población de Corralejo donde regresa el asfalto.


 


La tarde continuaba avanzando entre una sucesión de curvas que entraban en la Sierra del Rincón ya en la Comunidad de Madrid, subiendo el retorcido puerto de La Hiruela, situado a la nada despreciable altura de 1481 metros, desde donde comenzamos a perder altura buscando la carretera de Burgos en Buitrago de Lozoya. 



Pero no hay viaje en moto que se precie donde no se presente alguna situación de riesgo y más aún cuando abandonas los lugares aislados para aproximarse a los grandes núcleos urbanos. A la salida de una curva a izquierdas, un Mercedes familiar de color blanco que circulaba en sentido contrario no tuvo pudor alguno en rebasar la línea continua que delimitaba el eje central de la calzada, atravesándose delante de mí súbitamente en dirección hacía un camino cercano que me obligó a realizar una frenada de emergencia en plena trazada de la curva y que bien podía haber acabado por los suelos o peor aun, colisionado frontolateralmente contra el desalmado del Mercedes. Aunque todos aquellos que montamos en moto estamos acostumbrados a situaciones así, nunca dejan de sorprenderte, siendo inevitable sobresaltarse, de ahí que en estos viajes hay que estar siempre alerta y ser prudente, jugando un papel importante también la suerte y pericia en el manejo de este tipo de situaciones. 



Ya inmersos en la voragine circulatoria de la A-1, pusimos rumbo a la localidad de Guadarrama que nos conectaría con la N-6, la intensa circulación de los pueblos de la sierra madrileña chocaban frontalmente con la desolación de los pueblos negros de Guadalajara, generando un contraste brutal entre dos lugares tan cercanos y diferentes, separados por una escasa hora de tiempo. La última parada antes de destino sería el Alto del León, lugar emblemático y de obligada parada siempre que estamos por la zona y donde cenaríamos esa noche para despedirnos y celebrar la maravillosa experiencia que estábamos viviendo y que ya tocaba a su fín. 



Una vez dispersados, mi aventura personal terminaba en un magnífico taller de motos recomendado por mi amigo Pascu en la localidad de Béjar, donde pude cambiar los desgastados zapatos a mi máquina que me permitirían llegar a casa con seguridad y reparar una extraña avería que me había dejado desprovisto del alumbrado delantero el día anterior. El fin de fiesta y ya con el grupo reducido a los componentes sureños, una vez que nos despedimos de nuestro hermano Salmantino tras la comida, sería cruzar los archiconocidos valles Cacereños de Ambroz, Jerte y la Vera, para recorrer Monfragüe con las últimas luces del día. La jornada finalizaba nuevamente en la pedanía Trujillana de Belén, para a la mañana siguiente regresar felices a casa por el excelente viaje que ya tocaba a su fin y deseosos de reunirnos con nuestros seres queridos.



Sin duda este ha sido un viaje especial para mi por las circunstancias que lo rodeaban, no podía dejar de pensar que hacía escasos tres meses me encontraba postrado en la cama de un hospital, recuperándome con dificultad de una intervención de corazón y con un futuro incierto por delante. Por ello, las presentes líneas, lejos de buscar protagonismo o difusión, solo tienen como objeto guardar para siempre en nuestras memorias los maravillosos recuerdos, de los lugares recorridos, momentos y experiencias vividas, además de poder servir de ayuda a alguna persona de nuestro entorno y con una misma pasión por las dos ruedas y los viajes en sus futuros proyectos, ya que yo mismo, personalmente me sirvo de muchos blogs de otros moteros para coger ideas sobre futuros destinos.

Como siempre agradezco a mi familia la comprensión por el tiempo que dedico a esta afición a las dos ruedas y que nos lleva a estar lejos durante algunos días al año, y, como no, a mis queridos compañeros y hermanos, que me soportan y agradecen de buen grado el esfuerzo que pongo en la organización y confección de cada uno de nuestros humildes proyectos. Tengo el privilegio de ser quién más disfruta de ellos, ya que comienzo a saborearlo meses antes, con la preparación de las rutas y búsqueda de los lugares a visitar, y después de realizado el viaje con mi grupo, sigo disfrutando reviviendo los mejores momentos del mismo, mediante la escritura de este blog. Fieles a un lema motero muy apropiado para el momento, nuestro principal objetivo nuevamente se ha cumplido “Si vamos todos, volvemos todos, si se queda uno, nos quedamos todos", cuidado en la carretera y siempre saludos en V,sss…. 


Comentarios

  1. Muy buena crónica. Te hace desear coger la moto y perderte por esas carreteras sin destino prefijado.
    Gracias por compartirla con todos!

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